martes, 11 de octubre de 2011

El rincón


Recuerdo de niño que uno de mis juegos preferidos era abrir una de las alas de una mesa plegable de mi casa, cubrirla con una manta y hacer allí mi guarida. En ella me sentía cómodo, confortado por la sensación acogedora de estar en un sitio pequeño donde los adultos no podían o no querrían entrar.
Con el paso de los años descubrí que a medida que me hacía mayor ya no bastaba con una mesa plegable y unas mantas. Es duro sentir que a medida que uno crece se olvida de la sencillez de la vida, y necesita cada vez más y más raros elementos para construirse sus refugios. Y aún así, jamás llegué a tener aquella sensación de seguridad , pues los refugios materiales no me hacían estar exento, de que sobre mi cabeza, la vida blandiera la espada de Damocles.
Y es que a veces uno ha de verse desnudo, con hambre, herido y repudiado para aprender a echar un capote a otros, a compartir un mendrugo de pan, a desinfectar una herida y a aceptar al que no es como él.
No importa nada de lo vivido sino te lleva a querer vivir a cada instante como si del último se tratara, a dar un paso tras otro a pesar de las imperfecciones, a decir No cuando lo conveniente sería decir Si a pies juntillas, a llorar sin dejar de saborear las lagrimas y a sonreír cuando toda tu situación parece apuntar a la nada.
Y es en ese momento, cuando lo bueno y lo malo se dan la mano, cuando la duda y la certeza bailan un vals o cuando la vida agradece a la muerte el que de su oscuridad nazca el color que llena el lienzo de la existencia, es... en ese preciso instante, cuando para mi y recalco, para mi, la experiencia de la vida abre sus alas y el manto de mis vivencias cubre mis manos mientras escribo, regalándome ese rincón apartado, seguro y perfecto donde jugar a aprender a ser mejor persona y a compartir lo que siento con los que aprecio y respeto.

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